Esta festividad es procedente de la era prehispánica. En aquel lapso, muchas etnias mesoamericanas rendían culto al deceso. Entre ellas estaba la mexica cuyos dioses delegados a conceptualizar el destino de las ánimas eran Mictecacíhuatl y Mictlantecuhtli. Los dos eran señores del Mictlán o lugar de los muertos. No obstante, para llegar aquí, las almas debían lidiar y sortear una secuencia de obstáculos para lograr el tiempo libre eterno.
Según el Códice Florentino, el Mictlán estaba dividido según la forma de fallecer. Ejemplificando, a la Tonatiuh Ichan (casa del sol) entraban esos militares que habían muerto en el campo de lucha. Otro lugar era el Cincalco, vivienda del dios Tonacatecutli. A este iban quienes fallecieron siendo infantes puesto que al ser tan adolescentes se les consideraba inocentes.
Sin embargo, para que las almas iniciaran el recorrido, los vivos se delegaban en acompañarlos en la distancia mediante un ritual. Este iniciaba con el deceso de cualquier ser cercano. La muerte se anunciaba con gritos y llantos emitidos por las féminas ancianas de la sociedad. Luego se amortajaba al difunto junto con todos sus objetos particulares. Después, el bulto o cuerpo humano era de manera simbólica alimentado con los manjares más exquisitos.
Luego de 4 días, el cuerpo humano era llevado a enterrar o cremar. Desde aquel instante, el alma emprende el difícil recorrido. Después, todos los años a lo largo de 4 años, se realizaban ostentosos rituales en el sitio donde se encontraban las cenizas o el cuerpo humano del difunto. De esta forma, este complejo ritual no solo ayudaba a que las almas descansaran sino además a facilitar el proceso de duelo de los parientes.
Con la llegada poblacional europea, este ritual padeció un proceso de aculturación. La celebración del dios del inframundo se juntó con la festividad de los difuntos y se reinventó el proceso hasta ser concebido como lo conocemos ahora.
Cabe señalar que, ciertos de los recursos que resaltan en este día son las ofrendas y las calaveritas literarias.
Las ofrendas de día de muertos son altares de procedencia prehispánica. Dichos eran dedicados a diversas deidades y se colocaban en fechas diferentes. No obstante, la del señor de los muertos, Mictlantecuhtli, se celebraba en el mes que ahora conocemos como noviembre. Esta coincidencia ha sido aprovechada por los evangelizadores a lo largo de La Colonia para hacer un sincretismo entre el cristianismo y las creencias religiosas autóctonas.
Originalmente, los altares se ponían dos días antes del 1 y 2 de noviembre, o sea, el 30 o 31 de octubre y persistían hasta el 3. Ahora, es bastante común que, debido al esfuerzo creativo que se invierte en colocarlas, se pongan anteriormente y se quiten luego. Aun cuando los días 1 y 2 de noviembre no han dejado de ser los días primordiales. Según la tradición, en aquellas 2 fechas nos visitan cada una de las almas que se desprendieron de sus cuerpos, o sea, nuestros propios difuntos.